Laura Méndez de Cuenca (1853-1928)
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Como bien afirman algunos teóricos de la biografía, como Francois Dosse, aquel que osa sumergirse en ese género acaba enamorándose con pasión de su personaje. En esta empresa académica, los mecanismos de la simbiosis que surgen entre biógrafo y biografiado conllevan algo de misterio. Como el biografiado atrapa a su biógrafo, éste prácticamente no tiene descanso, pues vive obsesionado por su personaje. Consume días y noches pensando en una nueva pista a seguir o en algún rompecabezas que armar.
Cuando finalmente, tras varios años de pesquisas y bocetos, la obra queda terminada, el biógrafo acaba extenuado. Por simple sobrevivencia, debe apartarse de su biografiado. Sin embargo, al hacerlo queda latente un vacío que acaso – reflexiona el biógrafo- no será posible colmar. Todo ello es normal: así lo expone magistralmente Dosse en su libro El arte de la biografía: entre historia y ficción.
Debo confesar que es la primera vez que a lo largo de mi carrera como historiadora siento que trabajo con «algo vivo». Ello se debe a que intenté revivir los sentimientos, los anhelos, los sueños y las frustraciones de Laura Méndez de Cuenca. Y éstos no suelen aparecer en los libros de historia, aunque en los últimos años Pilar Gonzalbo Aizpuru se ha preocupado por impulsar el estudio de la vida cotidiana, la escuela historiográfica que investiga lo que hicieron y también sintieron los seres humanos comunes y corrientes del pasado.